Impulsores para la internacionalización de Argentina


 

Descargar la publicación

Por Norberto Pontiroli
*Internacionalista. Miembro fundador de Argentina Global. Fue Subsecretario de Asuntos Estratégicos de la Nación. Dirigió el Comité de América Latina del CARI durante 6 años. Fue profesor en carreras de grado y posgrado por más de 10 años (USAL, UCES, NYU Buenos Aires). Escribe regularmente columnas en medios como La Nación, Infobae y Revista Seúl.

 

El objetivo de este artículo es presentar un conjunto de ideas impulsoras para la internacionalización de la producción y los servicios de la Argentina.

Parto de los siguientes supuestos básicos: por el tamaño de su población, la dotación de recursos naturales, y los niveles de pobreza, nuestro país tiene el imperativo de aumentar su participación en las redes globales y regionales de valor, para poder exportar, crecer y promover su desarrollo sustentable. Y para alcanzar esas metas, Argentina necesita un tipo de involucramiento global que requiere una aproximación estratégica coherente.

Lo local y lo global, lo económico y lo político, el Estado y el mercado, entre otras expresiones binarias para separar la realidad, tienen contornos conceptuales y alcances operativos cada vez más yuxtapuestos. En ese sentido, la estrategia internacional de la Argentina podría estar conceptual y funcionalmente ordenada alrededor de tres impulsores nítidos: comida, carbono y confianza.

 

1. Comida: un futuro alimentario sostenible

La primera “C” es el elemento impulsor más poderoso: la comida. Todos comemos y en buena medida “somos” lo que comemos. Podemos enfermarnos o curarnos de acuerdo a cómo comemos, así como también por lo que dejamos de comer.

Sin importar el lugar del planeta, la comida es parte de las realidades más básicas y cotidianas de las personas. Y es a través de la comida que podemos desempeñar un rol relevante en el mundo.

Actualmente 6 de cada 10 dólares de exportación en nuestro país lo generan las cadenas agroindustriales, y somos el primer exportador mundial de harina y aceite de soja, aceite y jugo de limón, porotos, y maní, según la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA). En esta línea, en 2022 las cadenas agroindustriales exportaron en promedio casi la mitad de lo que produjeron (46%), lo que representó el 67% de las exportaciones totales del país, a más de 155 países y regiones, entre los cuales se destacan Brasil, China, Estados Unidos y Vietnam. Esta situación permitió que ese año el sector presentase superávit comercial, lo que genera posibilidades de desarrollo económico.

Asimismo, según el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), unas 2.400 millones de personas enfrentan niveles de inseguridad alimentaria entre moderada y severa. Es decir, un 29,6% de la población mundial carece de acceso a una alimentación adecuada, nutritiva y suficiente. Más de un tercio de estas personas padecen inseguridad alimentaria grave: esto indica que en varias ocasiones durante el año se han quedado sin alimentos, incluso pudiendo haber pasado uno o varios días sin comer.

Por otra parte, como muestra el gráfico 2 (visualización de datos hecha con el Atlas de Complejidad Económica), nuestro país se encuentra entre los mayores exportadores netos de bienes agrícolas y productos alimentarios, con una participación superior al 7% del total, y en la región sólo por detrás de Brasil, que representa el 18%. Junto a Canadá, Indonesia y Nueva Zelanda integramos el Top-5 de los mayores exportadores netos de comida del mundo (en conjunto superan el 44% de las exportaciones netas totales de alimentos).

Argentina tiene la capacidad de producir materias primas agrícolas y bienes agroindustriales que pueden atender las necesidades de cientos de millones de personas que habitan regiones del mundo donde las condiciones del suelo y clima no permiten una producción de alimentos adecuada para satisfacer sus requerimientos nutricionales y calóricos. Además, tiene la oportunidad de aumentar exportaciones de proteína animal y vegetal, grasas saludables y nutritivas, brindando seguridad alimentaria y oferta asequible en un mundo que sobrepasó los 8.000 millones de habitantes.

Podemos ser protagonistas en construir un futuro alimentario sostenible. Es un lugar global que podemos ocupar. Tenemos las condiciones para hacerlo y el mundo le dará la bienvenida a nuestra vocación, si demostramos que estamos a la altura de lo que significa cumplir con ese rol.

¿Por qué vale la pena trabajar por ese futuro? Podemos plantear tres motivos principales. En primer lugar, la comida es un vehículo potente, un activo de peso con el que cuenta la Argentina para construir y proyectar reputación global y posicionarse explotando su poder simbólico. Segundo, porque supone una oportunidad para apalancar un modelo de crecimiento y desarrollo que se impulsa en y desde los sectores más dinámicos y competitivos de la economía. Y finalmente, porque ofrece una plataforma para desatar toda la potencia productiva y emprendedora del ecosistema agrotecnológico del interior y de las ciudades intermedias en un contexto mundial receptivo hacia las iniciativas de esta naturaleza.

En un futuro alimentario sostenible la sociedad argentina disfruta de una dieta saludable, mientras el país amplía sus exportaciones de alimentos, haciendo un aporte al bienestar global, proyectando su diversidad culinaria, la calidad de sus productos y el potencial de fusionarse con las mejores tradiciones gastronómicas del mundo. En ese futuro el país es una potencia agroindustrial que enorgullece a los argentinos de tener presencia en cada rincón del mundo con sus recetas, sus bienes y servicios, potenciando el valor agregado. En un futuro alimentario sostenible las economías regionales y complejos exportadores producen conservando los recursos y la biodiversidad, con buenas prácticas de bienestar animal y menor impacto ambiental, posicionando al país como protagonista de la transición hacia la descarbonización.

Esto demandará capacidad de gestión del Estado. Requerirá de políticas agropecuarias, pesqueras, de sanidad animal y vegetal, etc. adecuadas. Supondrá oportunidades para las economías regionales, el sector gastronómico y las empresas productoras de alimentos diferenciados, con marca y alto contenido de valor agregado. Y ofrecerá espacios internacionales donde promocionar y consolidar la presencia de la imagen país, desde nuestras denominaciones de origen e indicaciones geográficas, hasta el posicionamiento regional y global de cocineros, franquicias, restaurantes y marcas diferenciadas.

Pero para lograr un futuro alimentario sostenible tenemos que ser conscientes de la importancia de la gestión sustentable de los suelos, el agua y los espacios marítimos. Será imprescindible profundizar el intercambio de prácticas y tecnologías agrícolas innovadoras y promover la colaboración público-privada para gestionar los riesgos, proteger la biodiversidad y reducir el impacto de los eventos climáticos extremos. Hacerlo mientras trabajamos en mejorar la productividad y la participación en las cadenas globales de suministro será un enorme desafío que hoy está atravesado por la agenda prioritaria de lucha contra el cambio climático. La buena noticia es que no son agendas excluyentes.

 

2. Carbono: transiciones a largo plazo

La segunda “C” impulsora es el carbono. El cambio climático es un riesgo existencial y se ha convertido en el tema prioritario de la agenda global.  La acción climática es hoy uno de los principales impulsores de la transformación y las transiciones hacia un mundo carbono-neutral ya están en marcha.

Argentina emite cada año casi 400 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO₂) equivalentes, según Climate Watch. Esto nos coloca como el 24° mayor emisor, pero representando menos del 1% de las emisiones globales.

Por otra parte, el siguiente mapa del carbono  permite poner esta problemática en perspectiva y visualiza claramente el principio de las responsabilidades compartidas pero diferenciadas. Al ilustrar el tamaño de los países según sus emisiones CO₂ anuales generadas por uso de energía fósil durante el período 1850-2011, la imagen pone sobre la mesa el debate acerca de los costos de las transiciones hacia la descarbonización y la capacidad de movilizar los recursos necesarios para llevarlo a la práctica.

Si la Argentina logra superar las tentaciones pseudo desarrollistas de “vivir con lo nuestro” (como el debate actual sobre algunos proyectos de nacionalización del litio) y rechaza cualquier reflejo negacionista del cambio climático, se podrían incentivar nuevos sectores productivos.

Asimismo, es necesario facilitar y quitar obstáculos a la energía emprendedora, desatando el potencial de la riqueza productiva, la provisión de servicios ambientales y la explotación sostenible de los recursos naturales y alimentarios. Esto también permitiría la combinación virtuosa de las dos primeras “C”: comida y carbono.

Un ejemplo de sector a impulsar es el de fertilizantes nitrogenados. Este representa tanto una oportunidad comercial para abastecer el dinámico mercado local, como un aporte a estabilizar el mercado internacional, el cual sufrió una gran disrupción tras la invasión de Rusia a Ucrania.

Todo esto también requiere de un Estado con capacidad de implementar políticas públicas acordes a las buenas prácticas internacionales. Esto supondrá una oportunidad para el despliegue de todo tipo de nuevos proyectos en materia de desarrollo pacífico de la energía nuclear, así como también brindará nuevas chances para trabajar con socios locales y externos que apuesten a la explotación sustentable de nuestros recursos renovables y fósiles, y del sector foresto-industrial, entre otros. Asimismo, impulsará el desarrollo de la actividad minera, especialmente aquellos rubros que desempeñan un rol crítico para la transición energética y la transformación digital, como son los casos del litio y el cobre.

Además, los compromisos asumidos en el Acuerdo de París y el escenario mundial de las finanzas climáticas ofrecen a nuestro país la oportunidad de explorar nuevas trayectorias de financiamiento sostenible. Esta deberá incluir el armado de un esquema de precio del carbono que ofrezca un incentivo financiero para la reducción de emisiones, la adopción de prácticas sustentables y la inversión en tecnologías limpias. Esta trayectoria basada en el desarrollo económico sostenible se sostendrá en el posicionamiento global de la Argentina como un país protagonista, alineado con metas ambiciosas de acción climática y con una hoja de ruta clara para cumplirlas.

Estamos en una trayectoria bastante nítida hacia sistemas económicos, comerciales y productivos cada vez más “carbono-céntricos”.

Un ejemplo que ilustra el camino hacia sistemas “carbono-céntricos” globales es el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono de la UE (CBAM, por su sigla en inglés). Esta herramienta, cuya implementación gradual empezó el 1 de octubre de 2023, busca sustituir progresivamente a los mecanismos europeos existentes para combatir el riesgo de "fuga de carbono" (se sortean los costos asociados a las emisiones de CO2 trasladando su producción a geografías con políticas climáticas menos estrictas o gravosas. A partir de su entrada en vigor (prevista para el año 2026), el CBAM gravará importaciones “intensivas en carbono”.

Aunque en la primera fase no se han implementado aranceles, el Mecanismo establece la obligación de notificar las emisiones directas e indirectas de gases de efecto invernadero a sus importaciones. Esta presentación de informes requerirá una mayor transparencia en la cadena de suministro y podría aumentar los costos de cumplimiento para las empresas. A su vez, aunque puede generar rispideces con países socios comerciales que pueden considerarse como un impuesto fronterizo, puede servir para promover un marco global de fijación de precios del carbono que evite estas tensiones e impulse la reducción de las emisiones.

Las empresas con exposición a la UE enfrentarán una incertidumbre continua sobre la implementación del CBAM debido a la resistencia tanto interna como externa.

Argentina puede hacer una gran contribución a los objetivos de lucha contra el cambio climático dadas sus grandes extensiones verdes, bosques y condiciones naturales. Sin embargo, por la falta de instrumentos, esos activos nacionales no están participando hoy del financiamiento climático. Necesitamos hacer un gran esfuerzo nacional para poder lograr asignar y percibir un valor a los cientos de millones de hectáreas como gigantescos captadores de CO₂ atmosférico reconocidos en el sistema financiero internacional.

 

3. Confianza: certificaciones y coherencia regulatoria

La tercera “C” es un concepto transversal, más intangible: la confianza. Este es un atributo fundamental que requieren las sociedades para funcionar, incluida la sociedad internacional y los mercados internacionales. De ahí que se nos impone una nueva agenda vinculada a la credibilidad y a demostrar nuestra capacidad de cumplir con los compromisos y responsabilidades que nos corresponden como actor del sistema económico global, enfrentando una vez más nuestros dilemas de destrucción recurrente de confianza y reputación internacionales.

Estamos experimentando una etapa de la globalización donde la información y los datos acerca de los productos y servicios que usamos se ha vuelto crítica. Las actividades económicas relacionadas con el uso del suelo no son la excepción y crecientemente los sistemas alimentarios enfrentan desafíos significativos relacionados con la sustentabilidad ambiental.

Como se desprende del último Brief de GPS sobre los Game Changers del contexto internacional, las nuevas demandas de los consumidores por productos y sistemas más sostenibles, traen oportunidades para aquellos países con mayor dotación de recursos y sistemas más amigables con el ambiente. La transición hacia fuentes de energías renovables, la importancia de los procesos de captura de carbono y otros servicios ecosistémicos, y las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para nuevos productos biobasados revalorizan las cadenas vinculadas a los recursos naturales.

La cada vez mayor preocupación por el impacto ambiental de algunas actividades agropecuarias ha llevado a un aumento en la demanda de prácticas sostenibles y proliferación de instrumentos como las certificaciones ambientales. Cabe destacar que son provenientes, en su gran mayoría, de países desarrollados, en especial la Unión Europea. Pero el fenómeno es global. En todo el mundo, los consumidores están mostrando un interés creciente en los bienes y servicios agrícolas sostenibles y las certificaciones se han vuelto cada vez más populares, considerando que su adopción tiene el potencial de facilitar el acceso a ciertos mercados. Apuntan a resaltar el compromiso de la producción agrícola con prácticas sostenibles, medibles y trazables, lo que es esencial para proteger el ambiente y satisfacer las demandas de consumidores preocupados por la sostenibilidad.

En Argentina la agricultura desempeña un papel fundamental en la economía, contribuyendo significativamente a las exportaciones y al empleo. La expansión de ciertas actividades ha planteado desafíos ambientales, como la deforestación y la pérdida de biodiversidad, sobre todo a la hora de buscar alcanzar el potencial que tiene el país y la región para ser actores claves en la seguridad alimentaria global. La certificación ambiental puede ser una herramienta para mitigar estos problemas.

La adopción de certificaciones ambientales puede aumentar la competitividad de los servicios, tecnologías y productos agrícolas argentinos en los mercados internacionales al demostrar su compromiso con la sostenibilidad. Asimismo, el país puede mejorar su reputación tanto a nivel nacional como internacional al promover prácticas agrícolas sostenibles que se puedan medir, verificar y certificar. Esto puede fortalecer la confianza de los consumidores, redes de proveedores, y todo tipo de vínculos comerciales duraderos.

La proliferación de certificaciones para la producción agrícola tiene el potencial de ofrecer a Argentina una oportunidad para generar más confianza en sus prácticas agrícolas. La adopción de estas certificaciones no solo puede aumentar la competitividad de los productos y servicios del agronegocio argentino y regional en los mercados internacionales, sino que también contribuye a la preservación del ambiente y la sostenibilidad a largo plazo.

La mejora integral de las infraestructuras de calidad y la diseminación de las certificaciones ambientales en la producción agrícola requieren de un marco de coherencia regulatoria regional, algo esencial para maximizar los beneficios y la eficacia. De ahí que Argentina necesita profundizar su trabajo en materia de armonización de regulaciones, normativas ambientales y de certificación con otros países clave de la región, especialmente Brasil, Paraguay y Uruguay.

Asimismo, promover el intercambio de mejores prácticas y experiencias con otros países de la región en relación con la implementación de certificaciones ambientales contribuirá a facilitar el aprendizaje mutuo y la adopción de enfoques exitosos. Esto facilitará la exportación de productos agrícolas certificados, ya que cumplirán con estándares similares.

La colaboración y la coordinación con otros países de la región desempeñan un papel clave para avanzar en la coherencia regulatoria regional en el ámbito de las certificaciones  ambientales que contribuya a garantizar que los productores argentinos puedan competir en los mercados internacionales y cumplir con los estándares de sostenibilidad.

 

4. Reflexiones finales

La comida no es solo un elemento básico de nuestra existencia diaria, sino también un vehículo poderoso que puede llevar a Argentina a un lugar destacado en el escenario global. Nuestra capacidad para producir alimentos y productos agroindustriales de calidad nos sitúa en una posición privilegiada para contribuir a la alimentación de millones de personas en todo el mundo. Argentina ya es un actor importante en el comercio de alimentos a nivel mundial, y tenemos el potencial de aumentar nuestras exportaciones, expandiendo nuestra presencia en mercados internacionales.

La construcción de un futuro alimentario sostenible no solo se trata de exportar más comida, sino de hacerlo de manera sustentable, conservando la naturaleza y promoviendo prácticas amigables con el ambiente. Esto requerirá una colaboración cada vez más estrecha entre el sector público y privado, así como un compromiso permanente con la innovación y la aplicación de tecnología.

Este futuro alimentario sostenible no solo beneficiará a Argentina en términos de desarrollo económico, sino que también nos permitirá proyectar nuestra riqueza culinaria y la calidad de nuestros productos en el mundo. Seremos reconocidos como una potencia agroindustrial que abraza la sostenibilidad y la responsabilidad ambiental.

En última instancia, este camino hacia un futuro alimentario sostenible es una oportunidad de demostrar que estamos a la altura del desafío de alimentar a una población global creciente y liderar las transiciones hacia sistemas alimentarios cada vez más sostenibles, lo que beneficiará a nuestra sociedad y al mundo en su conjunto.

Todo aquello vinculado a la temática"carbono" se ha convertido en un factor decisivo en la configuración de nuestro futuro, tanto a nivel global como local. Argentina, como el 24º mayor emisor de dióxido de carbono (CO₂) en el mundo, enfrenta el desafío de contribuir a la lucha contra el cambio climático y a la transición hacia un mundo más sustentable. Aunque representa menos del 1% de las emisiones globales, tenemos una responsabilidad compartida en esta empresa.

Las emisiones históricas de CO₂ ponen de manifiesto la importancia de la equidad en las responsabilidades. Como país, debemos reconocer la necesidad de desempeñar un papel activo en la descarbonización de nuestra economía, lo cual no solo es esencial desde una perspectiva ambiental, sino que también abre oportunidades económicas significativas.

La combinación virtuosa de "comida" y "carbono" nos brinda una hoja de ruta para fomentar la innovación y diversificación económica. La transición hacia una economía más sustentable puede impulsar múltiples sectores.

El Acuerdo de París y el panorama de las finanzas climáticas brindan oportunidades adicionales para que nuestro país lidere en la lucha contra el cambio climático. La creación de un esquema de precio del carbono y el posicionamiento global del país como un actor comprometido con metas ambiciosas de acción climática son pasos cruciales. Argentina posee vastas extensiones de áreas verdes y bosques que pueden contribuir de manera significativa a la captura de CO₂ atmosférico, pero necesitamos desarrollar los instrumentos adecuados y fomentar el reconocimiento a nivel financiero internacional de estos activos naturales.

En última instancia, el enfoque en el "carbono" no solo es una respuesta al cambio climático, sino también una oportunidad para impulsar el desarrollo sostenible y para que Argentina se posicione como un líder en la lucha contra el cambio climático a nivel global. Al adoptar políticas inteligentes y trabajar en colaboración con socios locales e internacionales, Argentina puede contribuir significativamente a la causa de un mundo más sostenible y resiliente al cambio climático, mientras genera crecimiento, trabajo y exportaciones.

Todo esto requiere de un posicionamiento estratégico. Necesitamos una estrategia internacional que coloque a la Argentina desempeñando un rol de protagonismo en aquellas agendas que son valiosas y de interés para nuestro futuro. Participando de las soluciones a desafíos globales, desde nuestro lugar, como también asumiendo la responsabilidad de participar de la gobernanza global y los debates internacionales cumpliendo nuestros compromisos. Así, la tríada comida/carbono/confianza puede ser la impulsora de una nueva inserción en las redes mundiales de inversiones, comercio, cooperación e intercambios de toda naturaleza.

El escenario post 2023 invita a desarrollar una estrategia externa astuta, cordial y sutil que permita cubrirnos de riesgos globales y regionales, y aprovechar las oportunidades de trabajar con la mayor cantidad de socios en el mundo como sea posible, mientras éstos respeten nuestros valores e intereses nacionales. Una nueva aproximación estratégica de Argentina hacia “lo global” requerirá sagacidad para construir confianza, astucia para aprovechar las oportunidades de ser protagonistas en las agendas del futuro (comida y carbono), y sutileza para entender en la justa medida cuándo el entorno geopolítico (estrés e incertidumbre global) pone límites tanto a la capacidad para, como a la conveniencia de, participar activamente de las cadenas de suministro en sectores críticos.

Descargar la publicación