Vas a mirar fijo esa fotografía un tiempo más extenso del habitual. Vas a buscar ahí las pistas de quien fuiste y vas a confirmar lo que ya sabés: ya no sos la misma, tampoco ellos. Confirmás al instante que ella va a crecer también, sus juegos se van a transformar en otra cosa. Afuera, el tiempo pasa a otro ritmo. Cuando levantás la vista, ya se hizo de día. Querés retener algo y no sabés bien qué ni cómo.
Se te ocurre que quizás lo mejor es salir a hacer fotos. Pero no. Entonces te proponés bordar sobre ellas, en el gesto preciso y obsesivo de atravesar la imagen con la aguja. Aparece otra posibilidad: examinar sus detalles, como un detective que recorre una escena buscando encontrar las pistas de lo que acaba de suceder. Mirás entonces las fotos que ya hiciste y descubrís allí que el fuera del campo de esos paisajes es la tristeza que te habita hace rato, desde que te enteraste de que tu papá se enfermó.
Queda una última opción: proponer un juego para habitar la infancia, para permitirte ser por un rato la niña a la que, detrás de otra cámara, similar pero diferente, también construye una mirada del mundo.
Bordar, rastrear, jugar.
Para obligarte a mirar detenidamente sus gestos, para no olvidarte quién fue. Para que nada se escape del registro de los escenarios que él habitaba. Para conservar ese impulso vital, ese sin sentido que tiene el juego para ella: juguemos en serio.
Estas tres acciones, estos tres rituales que cada una de las artistas propone, no son otra cosa que un modo de subvertir el tiempo de la imagen.
La fotografía intenta.
La fotografía fracasa.
Pero lo que sí pueden estas imágenes hoy es convertirse en un rito de pasaje. Ritos de aflicción, ritos de duelo, ritos de iniciación. En el ceremonial del bordado, en el de la reconstrucción y en el juego salimos transformadas, ya no somos quienes éramos al comienzo. Un ritual que da sentido a los devenires que no podemos explicar de otro modo. Como nos enseñaba Van Gennep, todo rito de pasaje necesita de tres momentos consecutivos: separación, transición y reincorporación.
Compartir estas imágenes hoy quizás sea la manera en la que Agustina, Marcela y Lucía nos hacen parte del estadio final de este ritual: hacen aparecer, ponen en común y restauran algo que creíamos haber perdido para siempre.
Y ahí, en este encuentro, es donde las fotografías sí que todo lo pueden.
Agustina Triquell, octubre de 2018
Los artistas
Lucía Peluffo nace en Buenos Aires, en 1989. Estudió Diseño Industrial, en la Universidad de Buenos Aires, lo cuál la acerco al trabajo manual, a los talleres y al conocimiento acerca de los materiales. Esos seis años de estudios le trajeron el interés por trabajar la materia, y por conocer, desarrollar y cuestionarse las técnicas de producción. Así aborda la fotografía, desde un cuestionamiento hacia el dispositivo, hacia lo fotográfico, sus procesos de producción y reproducción, y con un interés en la naturaleza de la imagen. |
Agustina Resta, nace en Buenos Aires, Argentina en 1977. Vive su infancia en el campo y desde 1991 reside en Buenos Aires. |
Marcela Serantes nace el 25 de Julio de 1983 en Buenos Aires, Argentina. |
La muestra podrá visitarse del 11 de octubre hasta el 20 de noviembre, de lunes a viernes de 10 a 20 horas en el Espacio de Arte de Fundación FICBC - Av. Pres. Roque Saenz Peña 567 - 8vo. piso, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La entrada es libre y gratuita.