En el mundo de hoy las más diversas tecnologías se entrecruzan
imbricándose en las artes plásticas; así también
Sol Leal parte de la fotografía - con la que registra, documenta e
investiga - para plasmar finalmente el resultado en sus pinturas al óleo.
Cámara en mano transita los mercados del Altiplano y se nutre de la
riqueza visual de Guatemala. En algunos casos, pinta imágenes tomadas
por su colega, el pintor italiano G. Vecchiato, quien también se dejó
fascinar por el esplendor mágico de ese territorio ancestral, donde
aún perdura en tradiciones, idiomas y costumbres el legado maya.
Las series
La antigua tradición del bodegón, desarrollada desde el Barroco
hasta nuestros días, sigue siempre vigente y adquirió en Latinoamérica
un lenguaje característico propio. Es así que, ligados a la
exhuberancia natural, los bodegones en nuestro continente más que reflexionar
sobre lo efímero, se plantean como exultantes manifestaciones de vida.
Las sandías dispuestas allí esperan para ser vendidas. El arte
mexicano recurre a lo largo de su historia frecuentemente a escenas de mercado
de muy variadas y ricas formas. Sol Leal, nacida en México, no es ajena
a esta tradición. Descubre en la perfección y contundencia de
las formas un objeto artístico. Ya no es el fruto visto,
de un modo utilitario, como simple alimento, sino que se transforma en entidad
estética, capaz de ser admirada.
Trabaja notablemente la tersura, las redondeces, con un oficio pictórico
fundado en el dibujo, en el trazo nítido de la línea. Su estilo
hiperrealista, que busca el detalle, nos lleva a observar con detenimiento
y vemos, asombrados, algo que antes habíamos obviado. Es que, al decir
de Paul Valéry, sucede que el arte nos enseña siempre
que no habíamos visto lo que estamos viendo.
En Mujeres y niños es la mirada que recorre, a través
de la lente, el popular mercado de Chichicastenango buscando atrapar instantes
furtivos. Con el uso de planos cortos, vemos de cerca algún gesto,
alguna expresión, fragmentos de la vida diaria, entrando de este modo
en contacto con un territorio muy personal, pero sin invadirlo.
La luz es tan diáfana, que casi no hay sombras, y los fondos son claros
y neutros, tendiendo a esfumarse hacia la periferia. Porque al pasar al lienzo,
Sol Leal va descartando lo superfluo y va reconcentrándose en las figuras
centrales. Son ellas, sin duda, las despojadas y magníficas protagonistas.
El recupero
Hay algo de cautivante plenitud en estos seres envueltos en sus coloridos trajes. Resuena en ellos un tono ancestral, la repetición incansable del rito, que crea y sostiene la certeza de la identidad.
¿Cómo y por qué lo hacen? ¿Qué particular
relación entablan con el tiempo? Aquí no hay premura, ni angustiosas
corridas por un lejano porvenir.
La permanencia del presente ha demorado al tiempo y la conciencia transita
imperturbable siglos de herencia.
Herencia que se renueva, una y otra vez, en las manos de la mujer tejedora
que tensa la urdimbre y crea.
La esencia del arte consiste en aprender a demorarse. Y tal vez
sea ésta la correspondencia, adecuada a nuestra finitud,
para lo que se llama Eternidad. (1)
¿Será acaso que intuitivamente saben, que en ese tiempo detenido,
se esconde un atisbo de la eternidad?
(1) H. Gadamer, La actualidad de lo bello, Barcelona, Paidós,
1996